Visitar Yare durante el ritual de los Diablos Danzantes.
Desde tempranas horas del día de Corpus Christi, el pueblo se transforma. Las calles de Yare se llenan de color, sonidos y una energía vibrante que envuelve a locales y forasteros por igual. El visitante es recibido por una comunidad hospitalaria, que abre sus puertas no solo a los curiosos, sino a todos los que deseen compartir esta expresión de fe.
Los preparativos comienzan desde la noche anterior, con velorios, cantos de fulías y oraciones en casas de promeseros. Las esquinas están decoradas con altares improvisados, en los que los vecinos colocan imágenes religiosas, velas y ofrendas. Se respira una mezcla de devoción, alegría y expectación. Muchos visitantes optan por participar en estos velorios, una antesala espiritual que permite conectarse con la esencia del ritual.
Ya en la mañana, el sonido rítmico de los tamunangués y redoblantes anuncia la llegada de los danzantes. Hombres y mujeres ataviados con trajes rojos, cruces, escapularios y máscaras demoníacas caminan en procesión por las calles del pueblo. Cada máscara es una obra de arte, hecha a mano, con expresiones grotescas, colmillos y cuernos que imponen respeto y admiración. El visitante no solo observa, sino que siente cada paso, cada golpe del tambor como una llamada ancestral.
Uno de los momentos más impactantes para quien presencia el ritual es cuando los diablos, en plena calle o frente a la iglesia, se arrodillan o se postran ante el Santísimo Sacramento, rindiéndose simbólicamente al poder de Dios. Este gesto resume el corazón del rito: el mal se somete al bien, y la fe triunfa. Es un acto simple pero cargado de significado, que provoca emoción incluso en quienes no comparten la creencia religiosa.
Durante todo el día, el visitante puede recorrer los espacios más emblemáticos de Yare: la Casa de los Diablos, donde se exhiben máscaras antiguas y se cuenta la historia de la cofradía; los altares comunitarios, que representan los deseos y agradecimientos de los promeseros; y las plazas y esquinas, donde la música, la danza y la devoción se entrelazan.
Además, el visitante tiene la oportunidad de degustar comidas típicas, adquirir artesanía local y conversar con los miembros de la comunidad, quienes no dudan en contar sus historias, explicar sus promesas y compartir el significado personal de su participación.
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